Ópera historia

La opera nace a finales del siglo XVI en Florencia y es unos de los géneros que identifican al Barroco. Entre las prácticas que combinan drama y música que anteceden a la ópera, encontramos la comedia Madrigalesca del renacimiento. Sin embargo es en los Intermedios (intermezzi) donde se encuentra el antecesor más directo de esta nueva práctica. El intermedio constaba de pequeñas intervenciones que tenían lugar en las interpretaciones del drama en las cortes italianas. Estas constaban de piezas musicales autónomas con respecto a la obra principal.
Las primeras óperas tratan temas tomados de la mitología clásica antigua. Generalmente la macro estructura formal consta de una introducción instrumental (denominada sinfonía u obertura), un prólogo, y un número diverso de actos. A su vez los actos se dividen en escenas.
En las óperas italianas, desarrolladas en un clima generalmente burgués, la introducción (Obertura) cumplía la función de llamar la atención del público en vistas a que prestaran atención al drama. Por ello generalmente comienzan con un movimiento rápido. La ópera francesa en cambio, al desarrollarse en la corte real, posee una obertura que comienza de forma lenta, pomposa y acompasada. De ahí provienen las formas llamadas “obertura italiana” (rápido-lento-rápido) y “obertura francesa” (lento-rápido-lento).
El prólogo solía estar cantado por un personaje que no intervendría posteriormente en la historia. Presentaba la problemática del libreto e introducía la acción dramática. En muchos casos se trataba de un aria estrófica, cuyas secciones estaban separadas por ritornellos (estribillos) instrumentales.
Cada acto estaba conformado por escenas que respondían más al texto que a una necesidad formal puramente musical. Estas escenas estaban conformadas por recitativos (en los cuales descansaba la mayor parte de la narración), arias (que se utilizaban como reflexión lírica de un personaje en particular) y coros (que en un principio comentaban la acción, como en el teatro clásico. Paulatinamente los coros fueron perdiendo terreno en la ópera).
Entre los actos existían interludios instrumentales. Sobre todo en la ópera francesa, como es el caso de la obras de Lully, éstos respondían a movimientos de danza.
Una vez estandarizada la ópera en el barroco medio, estos diferentes momentos se ven claramente diferenciados. El recitativo está musicalmente muy ligado a la declamación del texto, por lo que se caracteriza por un ritmo muy flexible, marcado por la recitación. En su variante más extrema, el recitativo secco la línea melódica es apenas acompañada por un continuo que es poco más que acordes plaqué. El recitativo acompagnatto en cambio está acompañado por la orquesta, y manifiesta una textura claramente bipolar. El aria contrasta con el recitativo, al poseer un carácter predominantemente lírico y melódico. Es una suerte de canción, dónde se prioriza lo expresivo sin apelar a la narración dramática. Su versión más paradigmática la constituye el aria da capo, estructura binaria en donde las secciones vocales son alternadas con un ritornello instrumental. A la segunda sección contrastante seguía la reexposición de la primera, que no se escribía, y en la cual el cantante modificaba la línea a partir del agregado de ornamentaciones mediante las cuales mostraba su capacidad técnica.
Un caso intermedio entre recitativo y aria lo constituye el arioso, que cumplía dentro de la obra la misma función narrativa del recitativo, pero apelando a recursos melódicos y musicales más cercanos a los del aria.
Hacia el barroco medio, cuando en Venecia (y luego en el resto de Italia y de Europa) la ópera se transforma en un espectáculo burgués, destinado a todo aquél que pueda pagar una entrada, esta estructura se ve enriquecida por intermedios cómicos que funcionan como momentos de distensión. Resulta de ello una estructura que se asemejaría más a nuestra noción contemporánea de espectáculo circense (dentro del cual las sucesivas apariciones de humoristas y payasos distienden los momentos de “peligro” de domadores y equilibristas) que a lo que hoy en día es una función de ópera. Incluso el público pocas veces guardaba silencio en las representaciones, y la ópera funcionaba muchas veces como excusa para el encuentro de tipo social. De ahí la necesidad de dotar a las arias de momentos de gran virtuosismo para lucimiento de los cantantes, lo que provocaba la modificación de la obra al agregar el intérprete gran cantidad de ornamentaciones (o directamente pasajes melódicos). No era extraño que la acción dramática se viera interrumpida al tener que repetirse un aria a partir del pedido del público. Ya hacia el final del período los ideales originarios del barroco temprano se vieron abandonados por completo, siendo el componente dramático del texto una mera excusa para la composición de melodías que permitieran la ornamentación y el despliegue técnico de los intérpretes. Es por eso que en el clasicismo volveremos a encontrar tendencias que proponen (150 años después) reequilibrar nuevamente las relaciones entre texto y música.
A partir de los intermedios cómicos surgirá la ópera buffa (cómica), que se opondrá a la ópera seria (de libreto dramático). Mientras esta última continuará tomando sus argumentos de la mitología clásica o de la historia antigua, la ópera cómica tratará temas vinculados a la cotidianeidad y a la propia época. Ambos estilos operísticos continuarán en el período clásico.
Facultad de Bellas Artes. Cátedra de Historia de la Música I. Ficha de cátedra.